GANADORES DEL CONCURSO DE RELATOS 2020-2021

 

XVII CONCURSO LITERARIO

 

I.E.S. CASTILLA

 

    2020-2021

 

 

    ACTA DEL JURADO DEL XVII CONCURSO LITERARIO

 

 

 

·     1ª CATEGORÍA: 1º Y 2º ESO

 

  Lorena Sánchez Andrés 1ºESO B

 

·     2ª CATEGORÍA: 3º y 4º ESO.

 

                  Estefanía Carrasco Gousseva 3º ESO B

 

·    3ª CATEGORÍA: BACHILLERATO.

 

        Irene Ceinos Riofrío 1º BCB

 

         Paula Crespo Ortega 1º BCA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TODO SE REDUCE A NADA

 

Todo está oscuro y silencioso, pero debo retroceder unos cuantos días…

 

El 22 de junio fui a dar un paseo en barca con mi mejor amigo al río Escarlata. Entonces, sucedió un simple hecho que lo cambió todo. Se me cayó en reloj, ese reloj que él mismo me acababa de regalar. Me giré para ver si podía alcanzarlo, pero era demasiado tarde. Sin embargo, cuando me giré, Gabriel había desparecido. Pero lo extraño era que había dejado algo en su lugar, un reloj. El mismo que se me había caído de la barca.

Me sentí sola, vacía, sin vida. Grité su nombre una y otra vez, sin respuesta. Lo único que se oía era el viento, que soplaba cada vez más fuerte. La barca se volcó y caí al agua. Pero no podía pensar en otra cosa que en Gabriel. Vi el reloj de oro, brillando a menos de dos palmos de mí. Lo último que escuché fue un grito, un grito de Gabriel.

Desperté en la orilla del río, y alguien estaba conmigo, sin saber a dónde mirar ni qué hacer. Era el callado, inocente y solitario Bruno. Me miraba confuso y me preguntó dónde estaba Gabriel. Esa era la pregunta que llevaba haciéndome un tiempo. Pero yo no soy tonta. Bruno no puede aparecer de la nada para sacarme del agua tan rápido si él ya no estaba ahí, por no decir que disimula fatal. Cuando le pregunté, no supo qué decir. Estaba claro que tenía algo que ver. Pero entonces, él intentó quitarme mi reloj y este hizo algo extraño, pues empezó a vibrar y Bruno a temblar. Era como si Bruno estuviera poseído por el reloj, como si le estuviera dando un ataque. Dejó de respirar. Por suerte, llegó la policía. Dijeron que habían recibido una llamada anónima en la que los advertían de que algo malo iba a ocurrir, empezando por el río Escarlata. O bien alguien nos advertía y protegía, o nos hacía sufrir, y yo apostaba por la segunda, aunque me equivocaba.

Mis padres fueron a buscar a Gabriel y mi hermana mayor y yo nos quedamos en casa. No sé qué pasó esa noche, pues nosotras siempre estábamos juntas. Sin embargo, cada una nos encerramos en nuestro cuarto. Observé detenidamente el reloj. Estaba lleno de maldad y, desde luego, no era un reloj normal. Lo que fuera eso, aunque tuviera forma de un reloj, había causado daño y tenía que ser destruido. Lo tiré al suelo y su mecanismo salió disparado hacia todos lados. Ahí llegó mi sorpresa al ver lo que estaba escrito en la caja del reloj:

“Secretos escondidos se revelarán,

gira estas manecillas y me encontrarás”.

 

¡Maldito reloj! Jugó con mis ganas de encontrar a Gabriel y yo, como una tonta, caí en su trampa y lo obedecí. Volví a montar el reloj y giré las manecillas, a la hora en la que estábamos en el río. Todo se volvió negro durante una fracción de segundo y, para mi sorpresa, reaparecí en la cima de un acantilado, con primer plano de la barca en la que yo misma me veía montada. Al fondo veía a Bruno, pero lo que de verdad me sorprendió es que hablaba con mi hermana. Bruno es muy manipulable y mi hermana muy manipuladora, con eso se entiende todo. Pero lo que no me esperaba es que mi hermana apareciese detrás de mí tapándome la boca con su mano, y me escondió en el mismo lugar en el que ahora me encuentro, una cueva oscura, tan solo iluminada por unas pocas velas.

Hace tiempo que estoy aquí encerrada, días, si no son semanas, y desde luego no iba a usar el reloj para escapar. Pero no he estado todo este tiempo sin hacer nada, pues nada más entrar aquí encontré algo en la pared, probablemente escrito por Gabriel, quien sospecho que se refugió aquí antes:

 

“Todas las rosas son blancas,

tan blancas como mi pena

y al igual que mis lágrimas

hacia la sombra que truena”.

 

Tras volverlo a leer lo entendí todo. Gabriel me contó que este reloj se lo regaló un señor en el mercado que ansiaba mucho deshacerse de él, pues, después de comprobar sus habilidades, cualquiera lo quiere y me imagino que habrá demasiada gente tras este reloj. Mi hermana, que es muy ambiciosa oiría hablar del reloj, pero para conseguirlo no te basta con robarlo, y si lo robas, el reloj te posee hasta matarte, el anterior propietario tiene que ser asesinado por el siguiente o tiene que desear más que nada que el reloj pertenezca a esa persona, pero si no lo deseas más que nada, el reloj también posee hasta matar al anterior propietario, por eso Gabriel desapareció, porque me dio el reloj que él no ansiaba con todo su ser regalarme. Sin embargo, cuando el reloj lo poseyó, Gabriel se resistió y el reloj lo debió de mandar aquí, donde le encontraron todas esas personas que querían el reloj. El reloj pasó a mi posesión, y Bruno me lo intentó robar para mi hermana; por tanto, fue asesinado por el reloj. Ella llamó a la policía para que Bruno lograra escapar, pero fue demasiado tarde, asique me envió aquí, para protegerme del resto de la gente que quiere el reloj. Todo por culpa de este maldito trasto. Tal y como esperaba, escucho golpes en el muro de la cueva. Pero se llevarán con ellos la maldición del reloj. Están destrozando el muro de la cueva, te veré pronto Gabriel.

 

 

                                    Lorena Sánchez Andrés 1ºESO B

 

 

  

             FLORES EN PARÍS

 

Para los escritores el mayor desafío de su carrera es encontrar la historia perfecta, aunque los lleve a la desesperación, la tristeza, o incluso, la locura. Por ello es tan difícil iniciar una novela o poema; porque, en realidad, lo que uno necesita para comenzar a escribir no es la perfección sino, al igual que nuestro protagonista necesitaba, es el sentir la historia en dentro de nuestro corazón, que nos pide salir.

Nuestra historia se remonta a la Rusia de los años 20, donde en el pequeño pueblo de Ivánovo conoceremos a nuestro protagonista. Pocos días le quedaban a Vladimir Smirnov en el único hogar que había conocido, pues el destino le aguardaba un extraño viaje que cambiaría el rumbo de su vida. A pesar de que debería presentar a nuestro protagonista como es debido, me dedicaré a omitir esos engorrosos detalles sobre la familia y la infancia, que a nadie le apetece escuchar. Basta decir que Smirnov era un frustrado poeta. En efecto, frustrado porque, a pesar de que sus comienzos en el oficio no iban descarrilados, hay un momento en la vida en el que cualquier persona puede llegar a un punto muerto. Y esto, para los escritores, es un golpe fatal. Desempleado y con apenas un par de rublos en el bolsillo, Smirnov decidió pedirle ayuda a su hermano, Mijaíl. Este le aconsejo que buscase otro enfoque a sus poemas, y para ello necesitaba alejarse. Alejarse de todo lo que conocía y encontrar otra perspectiva al mundo que le rodeaba. Smirnov siguió al pie de la letra el consejo de su hermano. Lo primero que hizo fue coger un mapa y elegir un destino al azar, en donde empezaría de nuevo su carrera. París, allí se dirigiría. Al día siguiente, Smirnov se subió al primer tren que partía rumbo a la ciudad del amor. Durante el trayecto intentó retomar alguno de sus abandonados poemas, sin éxito. Con suerte en París encontraría algo de inspiración.

Así, comenzó Smirnov su nueva vida en París. Durante las primeras semanas se dedicó a recorrer la ciudad en busca de un lugar en el que su talento aflorase. Al cabo de un tiempo, encontró ese ansiado lugar. Cerca del río Sena, se hallaba una acogedora plaza donde casi no había posibilidad alguna de que nadie le molestase. No obstante, seguía sin poder componer un solo verso. Pasaron los días y luego las semanas, entonces empezó a pensar que su escapada no había dado resultado alguno. Desesperado, empezó a replantearse la idea de volver a casa. Sin embargo, algo o, mejor dicho, alguien, le hizo cambiar de idea. Ocurrió una tarde en la cual, durante uno de sus fallidos intentos de componer un poema, la vio. Una joven tan hermosa que de no haber sido por la cesta que llevaba en mano, la habría confundido con un ángel caído del cielo. Él no lo dudó un segundo y comenzó a seguirla. Desde luego Smirnov estaba predestinado a conocer ese día al amor de su vida, pues, después de eso, los versos le bombardeaban la mente, con la esperanza de ser escritos. A los pocos días consiguió trabajo, ya que, al parecer, sus románticos poemas enloquecían a las gentes. Sin embargo, no cautivaron a la joven Sophie, pues Smirnov no había parado de perseguirla desde su flechazo. Cada día la sorprendía con su incesante ardor y le dedicaba un verso solo para ella:

– Dichosos los que nacen mariposas / o tienen luz de luna en su vestidole canturreaba Smirnov – ¿Qué he de hacer para merecer tu atención? ¿Por qué has de dejarme así, triste y solo en esta ciudad del amor? ¿Por qué cuando te vi lo conseguí todo menos a ti?

Smirnov no se daba cuenta de que su constante obsesión por ella no hacía otra cosa que convertir a Sophie en una joven esquiva que no le dirigía palabra alguna. Furioso y frenético, la asustó con su pasión desenfrenada, pero su corazón permaneció indiferente. Smirnov no aguantó por mucho más tiempo el rechazo de la joven parisina, por lo que, tras largos años sin pensar siquiera en la más mínima posibilidad, regresó a Rusia.

De este amor instantáneamente estallado y no correspondido, se quedó con una profunda tristeza secreta, pero, aun así, no se resignó a que Sophie lo olvidara tan fácilmente. Con todo el dinero que recibió por sus actuaciones en París, contrató a una conocida compañía de flores parisina, a quien encargó – por una gran cantidad de dinero – que cada día de todos los meses le trajeran a Sophie el número de flores correspondiente al día en el que se encontraban. Y, además, el encargo establecía que debían ser las flores más inusuales y hermosas del mundo: rosas de té, crisantemos, hortensias, ásteres, orquídeas, y todo tipo de rarezas. La compañía, siguió claramente las instrucciones del que les pareció un cliente extravagante y, desde entonces, independientemente del clima o la temporada del año, mensajeros con fantásticos ramos comenzaron a llamar a las puertas de Sophie con una única frase: “De Smirnov”. Con este plan albergaba la esperanza de que, algún día, por mucho que tuviera que esperar, su amada llegaría a enamorarse de él.

Desafortunadamente la guerra estalló, y antes de que pudiera ver a su amada siquiera, Smirnov dejaba este mundo para contemplar a Sophie desde el cielo. La noticia dejó atónita a Sophie, como un golpe de fuerza inesperada. Ella ya se había acostumbrado al hecho de que él invadiese regularmente su vida, a que estuviese en algún lugar cerca y le estaba enviando flores. Pero a pesar de lo mucho que Smirnov se había entrometido en su vida, su muerte le produjo un profundo sentimiento de vacío y, aún peor, de culpa. Aunque lo que ella no sabía es que la disposición del enamorado poeta no hablaba en ningún momento de su muerte, por lo que al día siguiente apareció el mismo mensajero con otro ramo de flores.

La guerra seguía avanzando y en 1940 los alemanes invadieron París. Malos tiempos se les venían encima a los parisinos, y Sophie no se libró de ellos. Al borde de la muerte, debido a la repentina y terrible escasez de alimentos, Sophie, sin ninguna otra opción, comenzó a vender los ramos de flores en el bulevar. Esto le salvó la vida. Llegó el fin de la Segunda Guerra Mundial y las tropas aliadas liberaron Francia. Sophie lloró de felicidad cuando los rusos entraron en Berlín. Los mensajeros seguían llegando con nuevos ramos para remplazar a los que se habían ido, siempre con la misma frase: “De Smirnov”

Sesenta años más tarde, la historia de las flores de Smirnov se convirtió en leyenda, y no quedó un solo rincón de París sin haber escuchado la historia alguna vez. Muchos no se creyeron este trágico romance que le salvó la vida a Sophie hasta la llegada de un periodista. Durante su conversación el periodista no pudo soportar la tentación de preguntarle a la regia dama, si esta historia no era sino un hermoso cuento de hadas. “No tiene prisa, ¿cierto?” le contestó la mujer. El periodista, un poco sorprendido por la evasiva de Sophie, le respondió que no. Y justo en ese momento sonó el timbre de la puerta. Nunca en su vida había visto un ramo tan lujoso de crisantemos japoneses, detrás del cual el mensajero anunció: “De Smirnov”.

 

Estefanía Carrasco Gousseva 3º ESO B

 

 

 

 

INSPIRACIÓN

 

            Llevaba sentada en frente de la hoja en blanco prácticamente toda la tarde y no había conseguido escribir ni una sola línea; se habían asomado algunas ideas superfluas a través de su mente, pero ninguna le convencía del todo. No es lo suficientemente bueno. No puedo sacar una historia de esto. No sé cómo desarrollarlo. Igual su negatividad con la que confrontaba esa tarea derivaba de la presión a la que estaba sometida en ese momento.

Era la primera vez que le sucedía aquello. Normalmente no sentía ni frustración ni miedo ante la hoja en blanco. Sus ideas se superponían las unas a las otras en su mente. Escogía una y las palabras fluían como cuando en la alameda, un manantial recita su canto entre las hierbas. De hecho, era su forma de expresarse, de liberarse de las ataduras impuestas que la obligaban a vestir de sastre e, incluso, de cultivar un pequeño ingenio encubierto.

 A pesar de haber creado el ambiente idóneo, en su minúsculo apartamento de estilo nórdico, para que fluyeran las ideas, prendiendo una vela que desprendía el perfume de un campo de lavandas y  escuchando a su grupo favorito en su disco de vinilo, que ponía en el aire tibio de abril canciones tiernas, no fue capaz de empezar su cometido.

Miró la hora en su teléfono. Las doce y media. ¡Qué tarde! Con la de cosas que tengo que hacer mañana. Necesito aire fresco. Voy a tirar la basura y me voy a la cama.

Halló también dos llamadas perdidas de su madre. Estaría preocupada. Normal, llevas evitando hablar con ella casi una semana. Había optado por poner su móvil en silencio, para no distraerse con las numerosas notificaciones que recibía constantemente desde sus redes sociales, con el objetivo de ayudar a su concentración y finalizar la tarea que se traía entre manos.

Se puso las zapatillas de correr, cogió la basura y llamó a su madre. Seguramente no me lo cogerá, estará ya durmiendo. Para su sorpresa, ocurrió lo contrario.

-          ¡Sofi! ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo? No he conseguido hablar contigo en una semana. ¿Tan atarea estás que no puedes hablar ni diez minutos con tu madre?

-          Hola, mamá. Sí, lo siento. Debería haberte llamado. Pero he estado muy ocupada con...ya sabes...estoy de finales...tengo que entregar muchos trabajos...

Casi desvelas tu proyecto. Menos mal que has dicho la excusa de la uni. En verdad, se sentía un poco culpable por mentir a su madre. Sin embargo, no podía decirle nada de momento, aunque se moría de ganas.

-          Ya, ya lo sé, hija. Tampoco quiero que me cuentes tu vida entera como si fuera la biblia. Pero, no sé… de vez en cuando.

Llegó a los cubos de basura que se encontraban en frente de su edificio, abrió la tapa y arrojó la bolsa. Percibió un bulto extraño que se asomaba por detrás y llamó su atención.

-          Sí, mamá, ya lo sé -contestó por contestar- ya hemos hablado de esto otras veces. ¿Qué te parece si voy este finde a casa a comer?

Se acercó con recelo. Era algo demasiado grande, un tanto amorfo, envuelto en una tela de aspecto áspero, de donde asomaba una sustancia un tanto viscosa.

-          Vale, perfecto. Voy a hacer pollo asado con verdurita, que sé que te encanta. ¿Quieres?

-          Sí, genial. Tengo ganas de veros. Te tengo que dejar, ¿vale? que estoy cansadísima. Te quiero. Adiós.

Colgó antes de que su madre se despidiera. No sabía qué hacer. ¿Lo desenrollo? ¿Pero, y si es peligroso? ¿Y si me estoy metiendo donde no me llaman? Se debatieron durante unos instantes efímeros, su precaución y su cautela frente a su curiosidad y a sus ganas de saber qué era eso. Como ganaron estos últimos, encendió la linterna del móvil y estiró con sumo cuidado esa tela, lo que dio lugar a un cuerpo lleno de sangre roja. Gritó.

Lo recorrió con la vista de arriba a abajo, se topó con un agujero en el pecho que parecía haber sido provocado por una bala y llegó a un cartel donde se distinguían las letras de la palabra corre, un tanto difusas, manchadas de la propia sangre.

Volvió a gritar. Su mente iba a mil por hora, sus pensamientos eran como un tsunami que arrasa al pasar ¿Qué hago? ¿Llamo a la policía? ¿Pero y si piensan que he sido yo? ¿Corro, me voy a casa y hago como si no hubiera visto nada? Total, ya lo verá alguien mañana.

El corazón le latía cada vez más deprisa, sus pulsaciones no paraban de subir. Se le empezaba a nublar la vista por la impresión ante el cuerpo asesinado. No veo bien, me voy a caer.  Voy cuesta abajo y sin frenos. No puedo parar. ¿Y si el asesino está cerca? No quiero ser la siguiente. Sintió miedo. Miedo. Me cuesta respirar. Me falta oxígeno.

Una voz interior tomó las riendas de la situación. Sofía, para. Cálmate. Céntrate en tu respiración. Inspira. Espira. El asesino no habrá sido tan iluso como para asesinar a alguien y quedarse en el lugar del crimen. Seguramente, estará borrando todas las huellas que haya dejado. Toma el control. No dejes que el miedo te paralice. Inspira. Espira. Déjaselo a la policía, ese es su trabajo. Tú no has hecho nada malo.

Seguía nerviosa, pero más tranquila. Su cuerpo estaba alerta, avizor a cualquier estímulo, preparado para actuar en caso de que tuviera que salir corriendo, como un león tras su presa o un soldado en el campo de batalla.

Oyó el sonido de unas sirenas distantes que cada vez parecían más cercanas. Un hombre que llevaba un uniforme le tocó el hombro. Le ofreció una manta y un vaso de agua.

-          Policía -dijo con voz entrecortada y ronca- Yo no he hecho nada. Se lo prometo. Iba a tirar la basura… y me he encontrado el cuerpo… muerto… detrás de los cubos de basura.

-          Ya lo sé. Tranquila. Ya ha pasado. Lo mejor es que se vaya a casa. Mañana lo verá todo de otra manera. Nosotros nos ocuparemos de todo. Su voz cálida y reconfortante, junto a las palabras adecuadas, acabaron por calmarla.

           

Al llegar, su apartamento le pareció el lugar más reconfortante del mundo, sintió la famosa calma después de la tormenta. En esas cuatro paredes se sentía segura, inatacable y protegida.

Vio la hoja en blanco, cogió un bolígrafo y escribió; soltando todo lo que llevaba dentro, todo lo que había vivido en ese período de tiempo que para algunos habría sido insignificante y que a ella la marcaría durante toda su vida. Tanto que le serviría de inspiración para aquel proyecto secreto.

 

 

                                   Paula Crespo Ortega 1º BC A

 

 

 QUÉ BONITA FUE LA CAUSA DE MI MUERTE

Qué bonita fue la causa de mi muerte, y cuánta duda suscitó en Erika. Os contaré esta historia a través de las mismas palabras que ella trazó en algunas de las páginas de su diario.

 

29 de junio de 2012

Quiero volver a ir a aquel campo al que fui una vez con papá y mamá cuando era más pequeñita. No por qué no hemos vuelto a ir estando tan cerca. Desde mi terraza no se ve, pero recuerdo que está justo al otro lado de los árboles que hay al lado de mi casa. Ha pasado mucho tiempo desde la primera y única vez que estuve, pero me acuerdo más o menos del lugar. Cuando fuimos era verano. En la alameda un manantial recitaba su canto entre las hierbas. Entre estas sobresalían florecillas amarillas y blancas, que se movían ligeramente por la brisa, al igual que mi pelo y mi vestido azul. Era un lugar precioso, pero no solo eso. Desprendía un halo mágico.

 

 

Aquel día en el que fueron a ese campo del que habla Erika, fue el día en que la conocí, aunque ella no se acuerda. También fue el día en que me mató, pero me alegro de que lo                hiciera. Gracias a eso he tenido la oportunidad de conocerla profundamente.

Pasaron años, en los que ella seguía contemplando aquellos árboles de vez en cuando, deseando traspasarlos, pero nunca se le ocurrió comentarlo con nadie. Era un recuerdo que la alcanzaba cuando estaba sola, pero no le daba importancia y se le acababa olvidando.

 

 

20    de julio de 2016

Hoy, papá, mamá, Elisa y yo hemos vuelto de Almería. ¡Nos lo hemos pasado genial de vacaciones! Me da mucha pena no poder volver a ver el mar hasta el año que viene, pero supongo que echarlo de menos forma parte del encanto. El viaje de vuelta ha sido muy largo. Lo que para el reloj de mis padres han sido seis horas, para han sido doce.

¡Qué barbaridad! Tengo claro que si pudiera escoger un poder sería el de teletransportarme.

Nada más llegar a casa he entrado en mi habitación y he abierto la maleta con intención de vaciarla, pero, sinceramente, no sé a quién quería engañar. Esa intención no ha durado más de medio minuto. Me he tumbado sobre las sábanas y me he quedado dormida.

Cuando me he despertado eran ya las ocho pasadas y el cielo comenzaba a teñirse de amarillo y rosa por el oeste, y de añil por el este. He salido a la terraza y me he sentado sola, en silencio. En la playa los pájaros cantaban distinto. De repente, me he fijado en algo que me ha dejado sin saber qué pensar.


Durante las vacaciones han cortado algunos de los árboles de al lado de mi casa, y ahora se puede ver que el otro lado hay un edificio feo y coches aparcados. ¿Y aquel campo al   que fui hace años?

 

 

21    de julio de 2016

Esta mañana se lo he contado a mis padres. Les he preguntado por qué habían destrozado un lugar tan maravilloso. Casi me pongo a llorar por la impotencia de no poder volver a verlo. Sin embargo, mis padres no parecían indignados como yo, sino extrañados.

Me han dicho que detrás de esos árboles, aunque no se veía, siempre había estado ese feo edificio, y que jamás fuimos al campo que les he descrito. He ido corriendo a preguntarle a Elisa, y tampoco lo recordaba. Me han dicho que puede que lo soñase, o que me lo inventase, o que haya mezclado recuerdos. No lo sé. Supongo que será verdad                 porque no tiene otra explicación. Estoy muy desilusionada.

Encima, la maleta sigue sin deshacerse.

 

 

Hoy, 26 de febrero de 2021, Erika no ha vuelto a hablar de ese lugar en su diario. Seguramente se convenció de que se lo había inventado y ya no piensa en él. O tal vez sí, y aún lo recuerda con cariño. No puedo saber lo que piensa si no lo escribe.

La familia de Erika tenía razón en que ese precioso y recóndito campo no existía. En cambio, Erika decía la verdad. Ella había estado en él, y yo soy la prueba.

Nadie se fija en mí, ni recuerda de dónde vengo. Para Erika tan solo soy un bonito marcador en su diario. Una flor blanca cualquiera. Pero no lo soy.

Soy una de las flores de ese campo.

 

 

 Irene Ceinos Riofrío 1º BC B

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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